Más de 50 años después del inicio de la inversión responsable moderna, no estamos más cerca de ponernos de acuerdo, a pesar de los esfuerzos de los reguladores. No puedo ofrecer una solución universal, sólo el consuelo de recordar cómo hemos afrontado este reto a lo largo de los años y por qué lo hacemos.
Cuando surge algo nuevo, a menudo viene acompañado de una falta de terminología y definiciones generalmente aceptadas, por lo que el debate sobre las definiciones de la inversión sostenible es bastante normal. Cabe señalar que incluso la "simple" contabilidad por partida doble, definida por primera vez en el siglo XV por el matemático Luca Bartolomeo de Pacioli, tardó 400 años en transformarse en las normas IFRS o GAAP actuales. Y, sin embargo, todavía hoy tenemos empresas que falsean las cuentas y engañan a los auditores, lo que demuestra que ni siquiera una contabilidad y una auditoría supuestamente sencillas y muy normalizadas resuelven todos los problemas.
En los primeros años de la inversión responsable y sostenible, las distintas asociaciones del sector y los Foros de Inversión Social (SIF) tenían cierta autoridad para ayudar a los inversores a definir lo que era la inversión sostenible. Empezando con el SIF estadounidense en los años 80, y con la aparición de otros organismos regionales del sector a lo largo del tiempo, estas organizaciones trataron colectivamente de poner en común las ideas de los líderes intelectuales del ámbito de la inversión sostenible, todo ello mientras el sector se desarrollaba rápidamente a principios de la década de 2000.
Clasificación de la inversión sostenible
La Alianza Mundial para la Inversión Sostenible (GSIA) se constituyó en 2012, y su primer informe de 2014 fue un punto de referencia en el estudio del panorama mundial de la inversión sostenible, aportando cierta claridad al clasificar todos los enfoques de IS en siete categorías. La distinción entre selección negativa, selección basada en normas, integración ESG, inversión temática, inversión en la comunidad, active ownership y selección best-in-class/positive aportó un marco comprensible a un mercado de fondos en rápido crecimiento.
Estaba claro que los distintos enfoques respondían a diferentes valores y expectativas de rentabilidad, y que también podían combinarse para adaptarse a distintos inversores. En ese contexto, la inversión sostenible era definitivamente un proceso.
¿Son iguales todos los enfoques?
Sin embargo, uno de los inconvenientes de definir esos diferentes enfoques fue que dio legitimidad a estrategias de inversión que prestaban más atención al potencial de rentabilidad que a las características de sostenibilidad. Con tanta variedad de enfoques, ¿merecían todos ellos ser considerados como igualmente "sostenibles"?
Al cabo de unos años, algunos SIF regionales dejaron de considerar como sostenibles a aquellos fondos que consistían solo en unas simples exclusiones. Sin embargo, se abstuvieron de imponer normas más estrictas y dejaron que los inversores tomaran sus propias decisiones, mientras crecían las voces que instaban a identificar mejor su impacto en el mundo real.
Es en este panorama confuso en el que intervienen los reguladores europeos, bajo la mirada atenta de otras regiones. Las asociaciones sectoriales perdieron así parte de sus poderes, pero no siempre su influencia. Aunque los reguladores tienen buenas intenciones, el desarrollo legislativo suele ir por detrás de la innovación sectorial. Una formulación temprana de las normas puede acarrear complicaciones imprevistas, lo que hace que incluso los pioneros y líderes de opinión tengan problemas para esclarecer los requisitos y al mismo tiempo satisfacer las necesidades de sus clientes.
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Compartir las mejores prácticas
Las asociaciones sectoriales ayudan a sus miembros a hacer frente a estos retos, fomentan el intercambio de buenas prácticas y transmiten a los reguladores sus opiniones sobre la eficacia de las regulaciones propuestas, basándose en su amplia experiencia de trabajo tanto con inversores como con gestores de activos. También actualizan sus propios marcos de cuantificación de activos sostenibles para reflejar las ideas más recientes.
Por ejemplo, el SIF estadounidense cambió sus definiciones metodológicas, lo que provocó que su estimación del volumen de activos que se gestionan de forma sostenible se redujera a la mitad, pasando de 17,1 billones de dólares en 2020 a 8,4 billones en 2022. EUROSIF está estudiando cambios similares, en gran medida porque, aunque la integración ESG sigue siendo esencial para invertir de manera sostenible, ya no se considera por sí sola como característica definitoria de una inversión sostenible.
En la década de 2020 estamos mucho más interesados en definir la características propias de una inversión sostenible, o en trabajar con una taxonomía sostenible muy detallada, es decir, menos en el proceso y más en el resultado. Hoy en día, la inversión sostenible es más bien una cosa.
Un campo relativamente nuevo
Con respecto a otros ámbitos de las finanzas (especialmente la contabilidad por partida doble), la inversión sostenible sigue siendo un campo relativamente nuevo. Es fácil enredarse con definiciones y previsiones, sobre todo cuando estamos en una fase en la que los reguladores ponen plazos para que se propongan soluciones. Sin embargo, incluso con la mejor voluntad del mundo se tardará más tiempo (¡esperemos que no 400 años!) en llegar a algo parecido a un conjunto de términos y definiciones globalmente aceptados y comprendidos.
Al fin y al cabo, ¿cómo es de importante con cuánta rapidez alcancemos un acuerdo total? La herramienta más importante de protección del inversor es la transparencia, y el objetivo más importante de la inversión sostenible es encauzar la industria financiera hacia la conservación del capital natural de nuestro planeta, base de todo crecimiento económico y prosperidad. Puede que no todos estemos de acuerdo en cómo conseguirlo, pero sí tenemos un objetivo común.