Hay pocas cosas más disruptivas que perder tu negocio. Al igual que los trenes sustituyeron a los caballos y la fotografía digital al carrete de fotos, las empresas que no se tomen en serio el cambio climático tienen pocas probabilidades de sobrevivir.
Alcanzar el objetivo de cero emisiones netas de carbono en 2050 exige descarbonizar a escala global. Su alcance ira de cambiar las centrales eléctricas de carbón por parques eólicos, a electrificar vehículos, dotar a todos los edificios de aislamiento y conseguir una agricultura más eficiente.
Eso producirá muchos ganadores, especialmente entre empresas que formen parte de las muchas soluciones tecnológicas al cambio climático. Las mismas pueden pertenecer a ámbitos como la infraestructura de energías renovables, los sistemas de captura de carbono y las técnicas de reciclaje.
En última instancia, significa pasar a una a economía circular que reduzca los procesos industriales que generan carbono.
Y también habrá perdedores: aquellas empresas que tarden demasiado en adaptarse en la próxima década a la necesidad de adoptar modelos de negocio bajos en carbono. Conforme la regulación se endurezca y los gustos de los consumidores cambien a favor de productos más favorables al clima, estas empresas acabarán siendo las empresas que siguen vendiendo caballos cuando el ferrocarril ha llegado.
La descarbonización será la vara de medir
Separar el grano de la paja es el trabajo de todo gestor de activos que se tome en serio su desempeño. Una de las formas de hacerlo consiste en medir en qué grado está descarbonizando su modelo de negocio una empresa, empleando parámetros que miden las emisiones de gases con efecto invernadero, la energía empleada en calefacción y los residuos producidos durante el proceso de producción.
Por ejemplo, muchos fabricantes de coches han anunciado su intención de tener una gama de modelos exclusivamente eléctricos en 2030, para evitar que sus negocios se queden obsoletos cuando los gobiernos acaben por prohibir la circulación de vehículos gasolina y diésel. Estos serán los ganadores, mientras que los inversores volverán la espalda a aquellos fabricantes que solo ofrezcan motores de combustión interna dentro de una década.
Un caso distinto es el de las aerolíneas. Las aeronaves con baterías eléctricas no son actualmente posibles, ya que el peso de la batería necesaria para generar la potencia de despegue sería tres veces el peso de un avión de reacción modernos. En su lugar, las aerolíneas están sustituyendo los modelos de cuatro motores por bimotores con mejor consumo de combustible, y muchas de ellas han anunciado planes para deshacerse de sus flotas del icónico jumbo cuatrimotor Boeing 747.
La situación también es distinta para las empresas energéticas, ya que el mundo seguirá dependiendo del petróleo y el gas durante muchos años. Eso significa que los ganadores del sector serán cada vez más las empresas con modelos de negocio en transición hacia la energía eólica y solar, preparadas para cuando el petróleo y el gas se agote o su venta ya no sea posible.